Después de haber estado estudiando para el examen de disfunciones sexuales que tuve que hacer en el máster, tenia todo el conocimiento fresco. Hubo una compañera de profesión que me pidió ayuda para un caso (a veces les psicólogues hablamos de casos cuando nos referimos a personas que vemos y tratamos en consulta). Se trataba de una persona joven y en pareja que hacía tiempo que no sentía deseo por la otra persona.
Yo, que me creí super lista, rápidamente pasé las páginas del manual que tenía ya interiorizado en mi cabeza y pensé: DESEO SEXUAL HIPOACTIVO (DSH). A los días, estuve hablando sobre esto con otra persona de Barcelona, y después de escucharme atentamente me dijo, casi sin titubear:
“Quizá es asexual.”
“¿Que es qué?”
“Sí, asexual. Ya sabes, que no siente atracción sexual.”
“¿Pero eso cómo se trata?”
“Eva, no se trata. Es una orientación sexual.”
“Ah.”
“…”
“No lo entiendo.”
Fue gracias a esta conversación (algo dramatizada, pero basada en hechos reales) que empecé a interesarme por el tema. Ahora me llevo las manos a la cabeza al pensar que me había llegado a plantear el tratar a alguien por su orientación sexual. ¿Cómo no me habían hablado de esto antes? ¿Y si no lo llego a hablar con esta persona, qué hubiera pasado? ¿Y si hubiese abordado ese caso como si se tratara de un DSH estaría haciendo terapia de conversión? ¡Qué horror!
Si estás leyendo esto posiblemente es porque sientas curiosidad sobre este tema, y te responsabilices de querer hacer bien tu trabajo. Es fundamental entender la diferencia entre la asexualidad y una disfunción sexual (DSH).
¿Y cómo se puede diferenciar? Aprendiendo más sobre la asexualidad y otros conceptos que podrían llegar a serte útiles en tu práctica clínica y en tu vida en general. Pero, sobre todo, es necesario que tengas predisposición a deconstruirte y a cuestionarte todo aquello que nos han enseñado o que se empeñan en hacernos creer que es verdad).
Empieza la demolición.